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A pesar de que en 1973 la organización de referencia mundial de psiquiatría, la American Psychiatric Association, eliminó la homosexualidad del listado de enfermedades mentales, aún persisten supuestos profesionales y clínicas espurias que enarbolan el heterosexismo: la discriminación y consecuente violencia hacia las personas LGBT.
El manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales, DSM II, fue publicado por primera vez en 1968, en una ciencia relativamente nueva como la psiquiatría que aún estaba emprendiendo sus primeros pasos modernos. Hoy, décadas después, su lista se ha visto, y se ve permanentemente modificada, con adiciones, sustracciones y fusiones, según avanza el conocimiento de la mano de investigaciones. Cabe destacar el caso paradigmático de la “histeria femenina”, una supuesta enfermedad de diagnóstico habitual hasta el siglo XIX y de la “drapetomía”, enfermedad mental falsa, también del siglo XIX, que supuestamente aquejaba a los esclavos negros que deseaban ser libres.
Como la histeria y la drapetomía, vemos que los consensos iniciales en cuanto a lo que era un comportamiento “normal” se basaba más en poder y dogma antes que en emprendimientos desinteresados e imparciales en busca de un conocimiento lo más certero posible en beneficio de la humanidad entera.
El abordaje científico de la sexualidad humana es también bastante reciente en la historia humanidad (siglo XIX) y debió desenmarañarse de los dogmas de las religiones dominantes, que con una visión de tabú y pecado, impregnaron los primeros pasos hacia la comprensión de la salud mental y sexual humana. El estigma fue adquiriendo diferentes nombres en la historia: de pecado a enfermedad, pero no fue sino la valentía de los primeros investigadores, que lograron deconstruir dogmas para enfrentarse a la realidad. El filósofo francés Michel Foucault acuñó el término de biopoder, el control de los cuerpos de una población; los nacimientos, muertes, reproducción y enfermedad. “El sexo es a un tiempo, acceso a la vida del cuerpo y a la vida de la especie. Es utilizado como matriz de las disciplinas y principio de las regulaciones”, decía el pensador del siglo XIX.
Uno de los primeros estudios más famosos en afirmar que la homosexualidad no es una patología fue la célebre investigación realizada por la psicóloga estadounidense Evelyn Hooker (1956) en donde hombres gay y heterosexuales fueron estudiados en cuanto a su ajuste psicológico. La novedad de dicho estudio para la época fue que diferentes expertos concurrieron en el análisis de datos sin conocer de antemano la sexualidad de los individuos. La conclusión fue demoledora: los psicólogos no pudieron distinguir al grupo heterosexual del gay basándose en los resultados. Incontables estudios seguirían más adelante, nuevamente refutando el mito de la homosexualidad como enfermedad.
Por otro lado, “Patterns of Sexual Behavior” (1951), un texto científico pionero considerado un clásico que explora 191 culturas diferentes además de otras especies animales, demostró que la orientación homosexual es bastante común y frecuente en numerosas culturas a lo largo del mundo y en animales.
Hoy en día, la evidencia empírica y las normas profesionales no consideran la homosexualidad como una enfermedad y la Asociación Americana de Psicología demuestra preocupación acerca de las supuestas terapias de conversión y su oposición a las mismas. Descargas eléctricas, entre otros métodos brutales, sin respaldo científico y contrarios a los derechos humanos son las propuestas de estas supuestas terapias que suponen peligros para la salud física y mental además de riesgo de muerte. Organizaciones respetables a nivel mundial como la Organización Panamericana de la Salud, la Asociación Americana de Psiquiatría entre otros afirman que dichos “tratamientos” no poseen ningún sustento médico además de que constituyen serias amenazas a la salud y vida de las personas.
La homofobia sí cuesta vidas y familias. El heterosexismo -actitud que predica la heterosexualidad como la única orientación sexual válida y aceptable-, tiene sus bases en el odio y el fanatismo e impulsan conductas destructivas que siegan derechos.