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La palabra heterofobia puede poseer dos significados diferentes que nada tienen que ver con la manera en que se utiliza actualmente —la contraparte de la homofobia y que describe, según algunas personas, el rechazo a los heterosexuales—.


Uno de esos significados se refiere al plano médico, específicamente al psicológico, que designa el miedo o una aversión obsesiva al sexo opuesto. El otro uso que tiene, y que es aún más amplio, es en las ciencias sociales: según el filósofo español Fernando Savater (link https://goo.gl/YhY9pL) la heterofobia “es el sentimiento de temor y odio ante los otros, los distintos, los extraños, los forasteros, los que irrumpen desde el exterior de nuestro círculo de identificación”.


En el ensayo escrito por Savater, “La heterofobia como enfermedad moral” (link http://goo.gl/zCsnZ2), podemos ver cómo este ‘sentimiento’ de rechazo ha estado presente desde el inicio de nuestros tiempos como personas que viven en tribus. Lo que nos hace ser una sociedad se da por imitación, por el principio de mímesis: aprendemos a querer lo que vemos que los otros quieren, esos otros que son iguales a nosotros y con los que nos identificamos. Es decir “imitar es identificarse con los demás”.


Eventualmente esa imitación se vuelve un ritual mediante la educación, así todo lo que se puede imitar se vuelve un estereotipo —como que el azul es de los nenes y el rosa de las nenas— y esas normas comunitarias nos dan una visión clara de aquellos que son iguales a nosotros frente a los que no lo son. Renunciamos a ser parecidos al resto de los seres que van quedando fuera del círculo con el que nos identificamos —por ejemplo, una persona que quisiera hacerse un tatuaje pero dentro de su sociedad está mal vista esta práctica, entonces reprime su verdadero deseo para ser igual a los demás.

Sin embargo, según Spinoza (link https://goo.gl/6Fz45Z), esa voluntad de imitación que une las comunidades humanas es también la causa de enfrentamientos que se dan dentro de ellas. Esto sucede primeramente cuando aquello que vemos desear a los otros, y que también nosotros deseamos, es escaso o solo puede alcanzarse por algunos. “La mímesis se vuelve el origen de grandes discordias”—es cuando notamos que, en realidad, no todos somos socialmente iguales, porque no podemos tener las mismas cosas que otros tienen, como un auto, unas vacaciones en el extranjero, un buen puesto de trabajo, etc.


Esa tendencia a la uniformidad de la mímesis genera conflictos cuando la “normalidad” no es compartida por todos y los “normales”, es decir, aquellos que han optado por parecerse o se han visto obligados a la imitación, reaccionan a los que son diferentes —es decir, la gente ‘socialmente correcta’ frente a los que han elegido ser diferentes al estereotipo. Aunque en un primer momento el hecho de ser igual pueda prevenir conflictos, se desacredita una capacidad muy útil para el grupo: la innovación —o sea, algo novedoso y útil que puede solucionar problemas.


Lo nuevo siempre entrará en conflicto con la “normalidad”, y serán esos primeros extraños los que sufrirán los rechazos pero serán también quienes tengan la suficiente flexibilidad para intentar cambiar la forma de hacer las cosas que ha sido impuesta por ese grupo social —por ejemplo, un sistema diferente de enseñanza que realmente sirva al pueblo, siempre se rechazará al principio, pero al notar que funciona se irá aceptando.


¿Qué ocurre con una sociedad cuando aparece lo diferente? La convivencia con lo distinto introduce un factor de alarma e inestabilidad generada por el desconcierto, porque la imagen que devuelve ese otro no es la que yo tengo conozco como lo que es normal socialmente —como en una época las mujeres debían tener el cabello largo porque el cabello corto era de hombres—, no es la que yo conozco como única que corresponde al estereotipo, sino algo angustiosamente distinto, una posibilidad diferente e inexplorada. Y es cuando aparece una inquietante pregunta: Si ellos, sin ser como nosotros, pueden vivir con nosotros ¿Por qué tenemos que ser como somos? Esta es una de las cuestiones más interesantes que plantea Savater.


A pesar de que haya sido en sus orígenes cuando las sociedades buscaban la autentificación de sus identidades de manera que no sea posible el debate o la revocación por voluntad de los dioses o de los ancestros que nos hicieron como somos (las religiones) o bien el grupo es la representación terrenal de una entidad sagrada (los pueblos elegidos) o, en contrapartida, es una colectividad que “se alimenta de sangre, rasgos físicos comunes y preceptos o tabúes” (por ejemplo, la raza aria), actualmente lo que ocurre es que estos planteamientos rechazan la realidad convencional de todos los conjuntos sociales. Como si alguno de estos estereotipos pudiese expresar una calidad espiritual —es solo cuestión de ver cómo, históricamente, los grandes grupos sociales han rechazado a judíos (los arios), o a las personas de raza afroamericana, o a personas con retraso mental o deformaciones físicas.


Todo lo expresado hasta acá funcionaba como un mecanismo útil para la tribus cuando ser parte del grupo significaba rechazar a los que no eran iguales o no eran como los de la tribu debían ser, pero actualmente esto se convierte en primitivismo colectivo dentro de la sociedad moderna —es decir, ya no somos tribus que debían defender su territorio, pero nos seguimos comportando de ese modo—, y dice Savater que esta es la enfermedad moral, porque lo característico de nuestras sociedades actuales es el reconocimiento de la individualidad y la pluralidad de grupos, porque hemos evolucionado como personas y como sociedad.


Ahora que ha quedado claro que la heterofobia no es la contrapartida de la homofobia —entendida en su contexto actual como el “rechazo a los heteros”— hay que entender también que la heterofobia es base de otros males sociales como la xenofobia (el odio a los extranjeros), el racismo y el etnocentrismo (actitud de analizar el mundo solo con parámetros de la propia cultura) y, como bien lo ha dicho Savater, es un primitivismo, es decir, para nuestra sociedad moderna ya no es útil ese tipo de planteamientos porque ya no es vigente, necesita actualizarse.


Por otro lado, si bien la heterofobia es el miedo a aquello que es diferente, citando a la antropóloga social española Ascención Barañano (link http://goo.gl/etPYku), en su libro “Diccionario de relaciones interculturales: diversidad y globalización” (link https://goo.gl/inLy1D) esta palabra ha sido utilizada por la derecha religiosa como odio/discriminación hacia los heterosexuales, acusando al movimiento gay de un modo ideológico que confunde miedos individuales con relaciones de poder entre estos conjuntos sociales, por ende pretende establecer un falso equilibrio entre homo y heterosexualidad: “Como si, desde cualquier perspectiva razonablemente probable, los gays estuvieran en posición de discriminar a los heterosexuales como categoría social” —por ejemplo, cuando un sacerdote o pastor que es cabeza de una organización, tiene aversión hacia esta comunidad y genera discursos de odio y discriminación hacia ellos, rechazando sus derechos humanos básicos como persona solo por ser diferentes a lo que él considera como ‘normal’.


Poniendo en paralelismo, el término homofobia, utilizado por el psicólogo George Weinberg en los años 70 para definir el odio o rechazo que algunos heterosexuales sentían hacia los gays, Barañano señala que su uso tuvo un éxito rotundo debido a que facilitó un cambio duradero en el modo en que se habla de la homosexualidad tanto en sentido académico como político: se pasa a dar visibilidad al problema que tenía —y tiene— la sociedad con los gays, la cual en vez de hacer una inclusión presentaba un rechazo, “una sociedad que a partir de ahora debemos contemplar como normativamente heterosexual y opresora”.


La autora también habla del predominio masculino a la hora de comprender la homofobia en distintas formas y niveles, y, como el mismo Weinberg señalaba, la homofobia se entiende desde la dominación de los varones tanto sobre las mujeres como sobre los gays, teniendo como parámetro el carácter competitivo y asexual de las relaciones entre hombres —¿por qué la homofobia es también el rechazo a las mujeres? Porque las mujeres son iguales a los hombres, pero estos la denigran al considerarla inferior; además, ciertas maneras estereotipadas como femeninas son las rechazadas en los hombres gays, tanto en los roles como en la apariencia.


EN RESUMEN
Tanto la heterofobia como la homofobia representan esa “enfermedad moral” de la que habla Savater en su ensayo. Ambas rechazan lo que es diferente de la “normalidad” social impuesta primitivamente en las tribus. Incluso algunos autores ni siquiera consideran a estas unas fobias propiamente dichas ya el término médico para ello es algo que causa miedo, pero es más que evidente que la comunidad lgbt no provoca miedo, provoca odio. ¿Por qué? Porque son esos otros diferentes, con ideas innovadoras y con actitudes flexibles que buscan su inclusión a una sociedad moderna, buscan la igualdad y no el privilegio como muchos pretenden tachar a la justa lucha por ser reconocidos por sus capacidades como personas y no por a quienes aman.


Lo que acá ocurre, en realidad, es el miedo que causa el opresor —la sociedad heteronormativa— sobre el oprimido. La comunidad lgbt que se levanta y reclama a esa sociedad opresora que abandone su retrógrado pensamiento que busca encasillar en blanco o negro todo lo que hay en ella. Literalmente hay un arcoíris ahí afuera que no se va a acomodar a sus exigencias porque en una sociedad saludable la inclusión y el reconocimiento de igualdades se da rompiendo barreras juntos e innovando.


No se buscan privilegios, se busca igualdad.

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