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En esta semana se realizará una nueva edición del Besatón, en el marco del Día Internacional de la Lucha contra la Homofobia, el 17 de mayo. Como cada año, la discusión en torno al posiblemente acto público más “polémico” —énfasis en las comillas— realizado en el país por la comunidad LGBT, suele llevarse al terreno de la moral y de un falso pragmatismo de closet.
Recuerdo que, hace unos años, en mi primer día en el Curso de Agentes Comunitarios, la primera interrogante que no pude dejar escapar era acerca de lo resistido que era el Besatón, aún entre gente que se considera open mind. El argumento esgrimido hasta el hartazgo es que el acto tenía un efecto contraproducente a la aceptación de la sociedad hacia los gays y lesbianas, y trans, y bisexuales, y etcétera. Una sociedad que en teorìa no se encuentra todavìa “preparada” para ver a dos personas besàndose en una plaza.
¿Cómo pueden pretender que se les acepte si se van y se besan en la calle?
Estoy de acuerdo con los reclamos, pero no con la forma…
Es necesario comprender al Besatón como un evento político. En el caso específico de Somosgay, la organización tiene otras iniciativas con intenciones más educativas, como lo es el programa de Agentes Comunitarios, las jornadas de capacitación con el personal de blanco y docente y el Manual LGBT Paraguayo. El Besatón tiene otros fines.
Es un instrumento de visibilización, esa palabra larga que quiere decir, en esencia: ¡Hola, existimos!
Además de ser el uso de un derecho consagrado en la Constitución Nacional, y un acto que no tiene cabida en lo que se denomina “perturbación de la paz pública”, como bien explica la abogada María José Rivas en este artículo, también constituye, más que una reacción, una respuesta a la violencia, y un mensaje de esperanza.
El Besatón es el acto político idóneo para poner en relevancia, a propósito de la fecha en el cual se conmemora, sobre los alcances de la homofobia y el camino a recorrer para vencerla. Es idóneo también para lograr que la lógica se revierta y que lo que cause repudio sea la hostilidad abierta, el acoso verbal y físico en las calles, la violencia — no solo hacia la comunidad LGBT, sino todas las minorías — y todo tipo de atropellos que nos toca vivir cada día, cambiándolo por una simple y a la vez muy poderosa manifestación de afecto.
También es una brillante una oportunidad para interpelar e interpelarnos: ¿Por qué demostrar afecto en público sigue pareciendo una especie de tabú en nuestro país? ¿Por qué lo censurable no es gritarse, insultarse, tocar la bocina innecesariamente, no dar paso a peatones, o la corrupción y desigualdad que ponen en riesgo algo tan básico como el derecho a educación y a la salud?
Todo ello a través de un beso. Un ejercicio consensuado que sirve como herramienta poderosa para combatir la cultura de la doble moral y el morbo, e instaurar en su lugar el reconocimiento como primer paso para la tolerancia.
Porque los besatones habrán cumplido su objetivo el día que dejen de ser tratados como una cuestión de polémica, y en su lugar se vean como lo que realmente son, una celebración del acto de aceptar al otro, y amar.
Y no hay nada más humano que eso.