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Mayo del 2017. Por primera vez en la historia, un posible candidato a la presidencia por el Partido Colorado afirma públicamente estar a favor del matrimonio igualitario. ¿El siglo XXI ha llegado finalmente a la política paraguaya?
La declaración de Santiago Peña, actual ministro de Hacienda, ante la pregunta acerca de su posición respecto al matrimonio igualitario fue de: "Yo estaría a favor, no tengo ningún inconveniente, creo en la libertad de los seres humanos, soy una persona tremendamente amplia". Días más tarde afirmó: “Yo soy una persona que promueve el matrimonio entre el hombre y la mujer, pero también soy tolerante. Rechazo cualquier tipo de discriminación”. Si bien es claro que desde la primera magistratura no impulsará la figura del matrimonio, tampoco la rechazará. El político de 38 años mantiene una clara postura conservadora en lo que respecta a economía, propone un continuismo neoliberal de lo establecido por Cartes. No obstante, la afirmación de “rechazo cualquier tipo de discriminación” establece un quiebre con toda una manera folklórica de hacer política cimentada en el chauvinismo, el machismo y la exclusión y más a la vanguardia con los diferentes avances sociales efectuados en otras partes del orbe.
Lo llamativo es que el debate en torno al matrimonio igualitario no fue impulsado por el colectivo LGBT, es la arena política que ha traído a colación el tema como manera de medir fuerzas, captar votos y, de paso, distraer la atención de otros asuntos. Pero el mensaje subyacente es claro: el mundo está marchando en una dirección, y Paraguay no puede quedar rezagado. Los cambios en algún momento han de llegar a esta isla rodeada de tierra y la población mayoritariamente joven del país tiene una mentalidad diferente, más proclive a abrazar derechos que a cercenarlos. El tema es ineludible a nivel político ya que el matrimonio igualitario es una realidad en muchos otros países, y más que nada en nuestros vecinos.
Sin embargo, las discusiones locales en torno al tema aún deben cobrar mayor altura puesto que los argumentos aún están ceñidos a interpretaciones bíblicas, no a discusiones de tenor sociológico o jurídico. “Al César lo que es del César” o la división Iglesia-Estado es una empresa urgente. Un Estado laico será beneficioso tanto para nosotros las personas LGBT como para los heterosexuales y será positivo tanto para creyentes como no creyentes. Solo un Estado Laico permitirá libertad de credo: todos podremos creer o no creer en lo que nos plazca y cada iglesia o religión podrá tener su fe. Pero ninguna religión podrá imponer al resto de la sociedad su sistema de creencias o código de comportamiento. De ocurrir esto se daría un claro retroceso a la era medieval de las cruzadas en donde las guerras entre religiones era lo usual.
Cuando hablamos de matrimonio igualitario hablamos de un matrimonio civil, no uno religioso.
Habrá iglesias que decidan integrar y casar personas LGBT como las que no, pero eso no nos concierne. Lo que sí nos concierne es que los Estados garanticen nuestros derechos, que no nos discriminen o ejerzan violencia sobre nosotros.
Las personas que defienden velada o abiertamente una teocracia, un Estado confesional, aducen falacias como la “ideología de género” o directamente argumentos que buscan sembrar el pánico por medio de relatos fantasiosos rayanos en lo ridículo que difícilmente puedan ser tomados en serio. El Estado Laico es aún un sueño en nuestro país; pero no está lejos, ya que inevitablemente, Paraguay se pondrá al día en algún momento con el tiempo en que debería estar viviendo.
El matrimonio igualitario será una realidad, así como lo fue el divorcio, el voto femenino o la abolición de la esclavitud.
Los argumentos en contra de ahora son los mismos empleados para todas las otras causas pasadas mencionadas. No será el fin del mundo. Sí esperamos sea el fin de un mundo de discriminación, violencia y oscurantismo.